Lab ambiental

Los laboratorios ambientales son talleres de investigación/intervención participativa que se inspiran en la metodología de los “laboratorios reales”, desarrollada en Alemania en conexión con la transición energética que se vive en ese país luego que el gobierno, con ocasión de la tragedia de Fukushima, decidiera cerrar las plantas nucleares que constituían la principal fuente de energía. Esta metodología se está desarrollando como respuesta a una aceleración tal de las amenazas y riesgos ecológicos (cambio climático, desertificación y contaminación de las aguas, extinción masiva de especies, derretimiento de los polos, etc.) que los tiempos de respuesta ya no permiten, como antaño, esperar a que la ciencia desarrolle por sí sola modelos de solución. Esto ha llevado a replantearse, en el espacio europeo y particularmente en Alemania, la relación ciencia/sociedad. Desde el punto de vista de la sociedad, los conocimientos científicos y los saberes ciudadanos tienen que articularse para encontrar soluciones “en tiempo real” a los problemas generados por la súper-complejidad de las sociedades tardo- o postmodernas.

Los laboratorios ambientales, pues, intentan avanzar en varios propósitos simultáneamente. Desde el punto de vista de lo que sucede en el aula, se trata de entablar entre estudiantes y profesores una relación que sea compatible y afín a la relación que se espera que los científicos mantengan con las comunidades donde van a trabajar, esto es, partimos del presupuesto que los estudiantes de posgrado vienen ya formados en “otros saberes” disciplinares y se los convoca a participar en la elección de un territorio a ser investigado paritariamente entre todos.

Pero el aula constituye sólo un momento del laboratorio. Más importante, o no menos importante, es la actividad de “terreno”, esto es, la visita al territorio escogido, para recoger las perspectivas de los actores que se ha considerado importante conocer para hacer un primer mapeo socio-ecológico del territorio. Los terrenos se multiplican a lo largo del año, a medida que se forman equipos de trabajo entre los estudiantes, los que deciden en cada caso los cronogramas de visitas y actividades con los actores del territorio en función de lo que han escogido como finalidad de su trabajo. El encuentro temprano con el universo de prácticas que constituyen un territorio es clave para romper la rutina académica de los “cursos” o “cátedras” en las que un docente transmite conocimiento a sus estudiantes. Aquí el conocimiento analizado y “aprendido” es el conocimiento inserto en las prácticas del territorio, el saber “pre-científico” en el lenguaje usual de la epistemología.

Una tercera idea fuerza está implícita en el concepto de “territorio”. El territorio no es, desde luego, sólo un espacio físico ―digamos un valle, una cuenca o, como en el caso del terreno 2017, un sector del borde costero de la Región de O’Higgins― sino que contempla principalmente prácticas ―económicas, administrativas, jurídicas, políticas, tecnológicas, laborales, recreativas, etc.― que se entrelazan en un complejo socio-natural reconocible por los actores mismos: un barrio, una localidad, una región, un estado, subcontinente, etc. La noción de laboratorio viene de las ciencias naturales y sólo se aplica en un sentido figurado al objeto de estos talleres. Aquí, a diferencia de los laboratorios de las ciencias naturales, no se trata de aislar algunas variables controlables a voluntad por el investigador para estudiar el patrón de los valores resultantes. En los laboratorios ambientales el territorio mismo es el laboratorio, pero en un sentido muy distinto. Aquí las variables no son controlables por el investigador. Tampoco pueden ser definidas por él a discreción y con independencia de lo que entienden los habitantes del territorio. Por último, tampoco puede pensarse que el laboratorio aísla las variables de factores no deseados.

Finalmente, habría que mencionar que la finalidad de nuestro laboratorio ambiental es colaborar, desde el espacio académico y con las herramientas que le son propias, a la promoción de diagnósticos realizados por los actores del territorio sobre ¿cuáles son los principales desafíos y amenazas que deben enfrentar?, ¿cuáles los objetivos compartidos y cuáles las vías de acción posibles que los adelantan hacia estos objetivos? Para ello se requiere que los actores imaginen como desean que sea el territorio en el mediano y largo plazo. El diseño de los cursos posibles de acción no responde entonces a la ingeniería social “desde arriba”, sino más bien a un modelo participativo “desde abajo”.

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